Ars longa, vita brevis

sábado, 26 de septiembre de 2009

El vanitas


Eran las nueve cuando se abrió la taquilla del museo, un museo de enormes dimensiones, colosal, más bien gris.
Ya había visto la pirámide de cristal en fotos, sin embargo a luz de aquella mañana me pareció un prisma, un prisma traslúcido y que iba a descomponerse en destellos de color.
Era ya larga la cola cuando entré por no recuerdo que pabellón, lo primero que vi en lo alto de las escaleras fue a la Victoria; a la Nike. Las nikes posándose con sus alas victoriosas pero eran inconstantes y no se quedaban, sin embargo esta no iba a irse a ninguna parte a pesar de sus alas, estaba bien asentada en una proa de piedra que se especula  situada al borde de un acantilado.
Es de piedra, sí, pero toda ella es percutir de alas y viento en los drapeados que se adhieren a su torso, a su cuerpo y te quedas hipnotizada mirándola en lo alto, el cuello hacia atrás.
Deambulas por las salas enormeeeees, a pesar del mapa te pierdes entre los dédalos de pasillos, la casualidad...y de pronto los Leonardos, misterio; y no puedo creerme que los estoy viendo, la sonrisa de ese ángel y la sonrisa de la Gioconda tan lejana detrás de su protección acorazada de vidrio, que pequeña dicen algunos. Y no puedo dejar que tendrá que ver el tamaño con la importancia de una obra, parecemos asociar dimensiones y valor. No puedo dejar de pensar lo que Umberto Ecco declaró sobre la Monna Lisa: je je que le parecía un travesti, sin embargo este cuadro es el más famoso del mundo, fue apuñalado y creo que también robado. Leonardo decía que un cuadro era una poesía sin palabras... su aportación poética el sfumatto, diluir los contornos esfumarlos, el horizonte cambia del lado derecho al izquierdo. Siempre conservó este cuadro, al final de su vida lo vendió al rey Francisco I. Te puede emocionar o no, pero es una obra magnética.
Guardan los pabellones tesoro más tesoro; el código de Hammurabi; la pétrea ley del talión: ojo por ojo y diente por diente, el escriba sentado de caliza, la androginia de Akhenaton, la venus de Milo con forma helicoidal, lo que te obliga a recorrerla, Grecia, Roma, los etruscos, los toros alados de Mesopotamia, frisos; y me pregunto si todas estas piezas echan de menos el lugar para donde fueron creadas, echan de menos su paisaje.
A las doce, las hordas de Atila turísticas somos ya cuantiosas, miles de cámaras sin flash disparan como ametralladoras con los brazos en alto, ya no es posible ver los cuadros sin gente por el medio. Duelen los pies, las caderas; se impone un descanso y recargar vaterias, tienes la ventaja de poder salir y entrar, lo que no ocurre en otras pinacotecas.
Ahora a buscar la salida, cuando al fin lo consigues y te sientas en una terraza parece que echas humo de cansacio y se te van los ojos detrás de las birras hasta que el camarero te sirve una y el bocata. Te sientes en el limbo después del piscolabis; y a la carga a entrar de nuevo.
Entonces ya los lienzos, David, Gericault, etc.etc. la presencia de pintoras es mínima, solo hay dos Elisabeth Vigeé-le Brun y Anne-louis Girodet de Roussyte-Trioson con su Atala conducida a la tumba; obra romántica e historicista inspirada en una novela de Chateaubriand. Laberintos de pasillos abigarrados de lienzos gigantescos que no puedes avistar debido a la estrechez de estos, alguna ventana a las entrañas del museo deja ver multitud de obras embaladas.
Sin querer vuelves a Delacroix con su balsa de la medusa y de pronto... una mujer ya entrada en años se me acerca, tiene una gran sonrisa emocionada, chapurreamos en francés y español con más fortuna suya que mía, me indica que la siga hasta una entrada donde hay un cuadro pequeñito, es el árbol con cuervos de Caspar David Friedrich un “vanitas” del romanticismo alemán, una reflexión sobre la fragilidad humana en un roble desnudo a la fría luz del amanecer, las ramas se extienden nudosas y los cuervos son símbolos paganos de muerte.
Me dice que ha venido sólo para ver este cuadro, no me dice con palabras lo que significa para ella, pero me lo dicen la luminosidad de sus ojos, está tan feliz que sólo quería compartirlo con alguien. De pronto se va, me quedo perpleja y también emocionada; se me borraran, se me han borrado imágenes de ese día, pero lo que no se me borrará es esa mujer que nunca volveré a ver y que no tiene nombre.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Entre Theo y Vincent






Entre Theo y Vincent

Algunos personajes convivieron compartieron vida
aliento y locura con Vincent pero esta nota la dedico a la fraternidad consanguínea debido al protagonismo que compartió más allá de lazos familiares por su fe en el v

alor de alguien que vivió para crear.
Resulta singular que Van Gogh fuera un paréntesis de existencia entre dos de sus hermanos. Recibió su nombre de su hermano mayor que había muerto un año antes que él e incluso nació el mismo día.
Su vida y obra le ha convertido en uno de los iconos del arte por antonomasia con su aire de maldito, incomprendido, temperamental de lúcido loco solitario. Pero siempre hubo una persona que estuvo ahí; su hermano Theo, le llevó consigo a París poniéndole en contacto con otros artistas; entre ellos Paul Gauguin. Contar cuentan mil y una leyendas sobre lo que aconteció entre ellos y que dio lugar a la famosa amputación de su oreja.
¿Qué oreja fue, la izquierda o la derecha? os dejo este pequeño acertijo y una pista Vincent realizó el autorretrato mirándose en un espejo, cuando Paul tras la última pelea huyó de la casa amarilla Vincent pintó su ausencia en una mecedora vacía.
Con Emil Bernard compartió epístolas y amistad toda su vida, a Emil le debemos un conocido cuadro sobre su muerte y duelo.
Toulouse-Lautrec retrató a Vincent con rayas de tiza en delicados colores mostrando su perfil siendo el único retrato en perspectiva de quien se hizo multitud de ellos.
Le presenta como un animal al acecho a punto de saltar, la idiosincrasia obsesiva delante de una copa de ajenjo.
Theo mantenía a su hermano el único que le valoraba como artista en una época inadmisible para un creador como Vincent e intentaba vender sus cuadros (sólo vendió uno, el viñedo rojo) ya que trabaja para una conocida empresa de marchantes de arte.
Mantuvieron una correspondencia hoy muy difundida (cartas a Theo).
Una de las frases Van Gogh me toca el alma “Si algo en el fondo de ti, te dice: Tú no eres pintor, es entonces cuando hace falta pintar”.
Cada una de sus pinceladas empastadas y sinuosas, de sus gamas de contrastes complementarios demuestra el resultado de la lucidez la cordura plástica en todos y cada uno de sus lienzos.
Nunca nadie había pintado un par de zapatos como motivo principal, una composición tan novedosa y tan sentida, su autorretrato veraz andariego como una teoría de los nudos quizá... necesitaba la pintura para no enloquecer.
Su ingreso en la casa de salud (por usar un eufemismo) gestionado y costeado otra vez por su hermano que nos dejó su habitación azul y algún retrato del doctor Gachet.
Un día Vincent simplemente disparó un tiro (especulaciones de última hora pretenden demostrar que por el contrario trataron de asesinarle) ese tiro tenía batir de alas negras de cuervo en un trigal amarillo, no murió de inmediato fue trasladado a su alojo donde agonizó prohibiendo que ningún medico le asistiera, aguantó hasta que su hermano acudió cuando lo hizo se quedaron a solas y nadie sabe lo que hablaron, más tarde se apagó como se apaga una vela tan brillante y tan fogosa que no quiere alumbrar más.
Theo dijo entonces: la tristeza quedará para siempre.
Theo le sobrevivió 6 meses, están enterrados juntos en Auvers, uno al lado del otro.
¿Qué sentía, qué creía sobre la eternidad o una existencia sobrenatural el vesánico Vincent?
Su fe en una actividad post- terrena, lo que el llamaba “pintor mariposa” (antes en la tierra gusano) en actividad imperecedera de estrella en estrella, dedicándose sólo a pintar pero en favorables condiciones, en una existencia donde nada se opone para crear en otros soles, en otras líneas, formas y colores.
Él mismo describía que para poder sufrir esta metamorfosis necesitaba un medio de locomoción, y si de nada sirve un tren para viajar cuando uno está muerto y de nada sirve estar vivo para viajar a las estrellas. También hablaba sobre la ideas suicidas, donde mostraba su lado sarcástico; “todos los días tomo la medicina que prescribe el
incomparable Dickens contra el suicidio; un vaso de vino, un trozo de pan con queso, y una pipa de tabaco” ( letters,III,452) dirigida a su hermana Wilhelmina.
Tomó la la locomotora sideral con forma de bala aquí quedó su ondulada noche estrellada.