Ars longa, vita brevis

viernes, 11 de octubre de 2013

El libro de piedra




El negrón, es el nombre del túnel que atraviesa la cordillera cantábrica comunicando Asturias con la meseta, la provincia de León. 
Atravesar este túnel, el duodeno de la montaña, implica la entrada y la salida a un cambio de paisaje tan diametralmente diferente que traspasarlo es mágico.
Dejando atrás la húmeda, ondulada y esmeralda Asturias, tierra del poeta Angel González, para avanzar entonces por la llanura del trigo y los girasoles, en los campos de Castilla, descrita por el poeta sevillano Antonio Machado.
Si el pintor toma su paleta en este un viaje realista y hechicero por la llanura de este paisaje, debe mancharlo de oro, de ocre, sienas, del azul celeste presente perpetuo en el celaje, el amarillo cadmio del sol que calcina la tierra volviendo gris, el polvo y las piedras.
Piedras silvestres, al encuentro de otras piedras labradas, para elevarse recortando el cielo dando sombra que aliviará lo tórrido en las horas centrales del día.
Entrar en Sigüenza con su callejero de azulejería del Alfar del monte, por sus rincones recoletos de ciudad medieval, completa una peregrinación a lo artístico en la que la religión impera lo elevado de sus piedras en el Castillo de los Obispos, hoy en día convertido en Parador nacional; pero las joyas más ocultas y en concreto una de ellas, que ha causado una inspirada riada literaria se guarece en el interior de la catedral de Santa María de Sigüenza, templo y fortaleza de estilo románico pero que el patronazgo de los obispos en otros siglos añadieron el gótico y hasta el neoclásico.
La aspiradora en el umbral de la catedral incorpora el sonido inhóspito del siglo XXI.
La mujer que trajina con el aspirador, responde amable a mi pregunta sobre el propósito que me ha llevado hasta la catedral castellana, la visita guiada será a las seis, me confirma.
Camino hacía el lado sur sobre la penumbra, me siento a esperar en los bancos de la clausurada capilla de San Juan y Santa Catalina.
Unos pocos visitantes esperamos a que el guía aparezca con una llave enorme, que abre la cerradura también gigantesca de la verja de la capilla y enciende una luz tenue.
La capilla enrejada guarda el sueño de mármol de varios sepulcros.
En lado izquierdo, por fin, la estatua de la que el filósofo Ortega y Gasset dijo, que era una de las más bellas del mundo. Atribuida al escultor Sebastián Almonacid, de estilo gótico tardío.

Toda Sigüenza es doncel, dice una famosa frase.
La estatua en alabastro bajo una hornacina representa a Martin Vázquez de Arce, un aristócrata guerrero que murió en plena juventud y en plena reconquista en la Vega de Granada, acompañado de sus pajes.
No era un doncel, no lo corresponde ni su edad ni porque estaba casado y a su muerte dejó a su una única hija, Ana.
Sus padres y sus abuelos e incluso su nieto le acompañan en esta capilla como figuras escultóricas suntuosas y sedentes, con perros y leones simbolizando lealtad y eternidad.
El doncel, sin embargo destaca por su singularidad, con su aureola romántica, serena, meditabunda, eternamente su postura reclinada da una imagen de vida y reflexión.
Comprendo la emoción que desató su contemplación, es la mía.
Esta efigie funeraria desde el siglo diecinueve fue reconquistada por los poetas.
Mariano José de Larra, en su obra: El doncel Enrique el doliente se inspiró en esta estatua y en Martín Vázquez de Arce para su personaje, Macías. Cómo el fue un paje en la corte poderosísima de los Mendoza.
Fue Orueta en 1920 quien impone este apelativo de doncel para Martín Vázquez de Arce ya que la inscripción que adorna su hornacina y sepulcro ya que está enterrado bajo su estatua en ninguna de sus palabras esculpidas hace mención a este apelativo.
Aquí yace Martín Vasques de Arce - cauallero de la Orden de Sanctiago - que mataron los moros socorriendo - el muy ilustre señor duque del Infantadgo su señor - a cierta gente de Jahén a la Acequia - Gorda en la vega de Granada - cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce su padre - y sepultólo en esta su capilla - ano MCCCCLXXXVI. Este ano se tomaron la ciudad de Lora. - Las villas de Illora, Moclin y Monte frío - por cercos en que padre e hijo se hallaron.
Miguel de Unamuno que también admiraba esta estatua, le denominaba como: El doncel del libro.
Y los poetas le han dedicado sonetos, como Rafael Alberti o como el de Agustín de Foxa:
-Sigüenza puerto sin agua / con tu Doncel-capitán, leyendo un libro de náutica / bajo el plomado cristal.-
Lope de Mateos, Luis Lozano o Fernández Pombo en 1972, le continúan rimando.
“ Déjame que lleve en la memoria
al doncel Martín Vázquez de Arce
muerto en la flor por la vegas granadinas”

 Ya le llevo en mi emoción convertida memoria, en este verano que culmina, al doncel con su cruz de santiago policromada, la empuñadura de su espada, su pequeño puñal y su libro de piedra, guardando el secreto pétreo de sus páginas entre sus párpados entornados.

Luz se apaga y la llave cierra su capilla con la extraordinaria cancela de rejería de Juan Francés, cuya firma son los corazones invertidos.
Mis pasos guiados, continúan por los altares mayores en las tres naves, los ábsides, los retablos góticos, los mausoleos de los nobles y obispos, la bóveda de crucería, la girola románica, el coro,
el púlpito, la galería del claustro con un jardín más bien descuidado, los órganos enmudecidos parecen decir: “la eternidad, también es aire detenido entre mis tubos”.

La sacristía mayor a la que se accede por la portada de estilo plateresco, abre de nuevo las puertas de nogal tallado en relieves con la imágenes de catorce santas mártires más semejantes a musas neoclásicas, rechinando las vueltas de otra clave.
La luz eléctrica retarda unos minutos su flujo, ilumina el mobiliario habitual de un sacristía donde lo sólido de la madera de nogal muestra su presencia oscura en contraste con la bóveda de medio cañón, llamada de las cabezas. Es un muestrario de retratos esculpidos con más de 300 cabezas con personajes reales de la época, monjes, guerreros, reyes, nobles, obispos y campesinos.

Retomas tus pasos para la salida al exterior, ya no se escucha el aspirador, durante un momento crees que en el calendario es Septiembre del año 1124 cuando debajo de sus cimientos donde existe unas catacumbas donde están enterrados lo canteros que devastaron las piedras que la construyeron, sólo quedan sus tumbas también de piedra y sus marcas de canteros, bien un número o un grafismo geométrico, también ellos desearon reposar sepultados en el templo que ellos, los humildes lograron construir.
















Durante los meses de invierno en Sigüenza el frío solivianta con quince grados bajo cero, durante esa estación, la catedral permanece cerrada, me la imagino congelada y al doncel un tanto más azul, leyendo aún más solitario, su libro de alabastro.