Ars longa, vita brevis

martes, 18 de junio de 2019

Las doscientas velas del Prado


Los museos han tenido y tienen tanto defensores como detractores, por ello podría hacerme eco en esta nota de la opinión a favor o en contra de su existencia y permanencia que han manifestado algunos personajes culturales, en cambio prefiero decir por qué visito yo los museos.

No son para mí, mausoleos sagrados en donde hablar en voz baja viendo expuestas obras fetiche de tiempos ya muertos rindiendo culto a una anhelada inmortalidad de artistas o mecenas.
Si las musas vivían en museos, aún viven dando inspiración y vida.
Inspiración, emoción, sentimiento, pensamiento detenido en esas obras que cada uno escoge no sabiendo muy bien por qué. Y hasta es posible que con alguna que se nos ha pasado desapercibida o hemos menospreciado al volverla a ver la descubramos con una luz nueva.
Un museo es un lugar estático que produce un constante movimiento en la mente y en el alma.
No hay justificación ni razón para ir a un museo, simplemente las ganas.


La viñeta de cómic que encabeza esta nota es un encargo que ha hecho el Prado para conmemorar este bicentenario. El museo suele hacer cómics desde hace algunos años  dedicados a su gran exposición temporal. 
El tebeo de este 2019 ilustra las anécdotas más significativas que ha vivido este edificio en sus doscientos años de vida.

Deseo sumarme a este cumpleaños y escribir sobre el museo del Prado pero dudé en como abordarlo, después aparecieron las musas y ellas me dieron inspiración. 

Escribiré sobre las mujeres del Prado, las musas, las modelos, las fundadoras, las reinas, las meninas, la infantas, las majas, las vírgenes, las diosas, las campesinas, las hilanderas, las mecenas, las coleccionistas, las pintoras, las restauradoras de arte y todas las profesionales anónimas que han trabajado y trabajan en el Prado.

Es además una cuestión de visibilidad y  justicia. 

El Prado posee 8000 pinturas y dibujos catalogados, la mayoría de estas obras se encuentran en los almacenes. Las salas del museo exhiben si hablamos de cuadros 1150. De todos ellos, expuestos solo hay cuatro cuadros de tres pintoras de un total de treinta obras que el museo posee de autoría femenina. 
No es el único caso de un museo donde sucede esta discriminación y segregación. 
Creo recordar que en el Louvre se exponen tan solo dos obras de pintoras. 

Resulta terrible que se llenen la boca hablando de igualdad y derechos y aún suceda ésto en edificios culturales públicos y democráticos. 



Vayamos al inicio, 1819 arranca con una idea que alumbró a Isabel de Braganza, cónyuge de Fernando VII, que fue la de fundar una galería de arte que albergara las colecciones reales de pintura, para ello se eligió un edificio que en tiempos de Carlos III fue erigido como sede del Gabinete de Historia Natural.


Retrato de Isabel de Braganza donde con su mano señala por un lado los planos y con el dedo de su otra mano apunta el edificio construido que será el futuro museo del Prado a través de una ventana. El óleo es de Bernardo López Piquer.

Este edifico fue construido por Juan de Villanueva en 1785. Después de que se le destinara a museo en 1819 ha tenido varias ampliaciones hasta que no fue posible ninguna más, por lo que su reciente ampliación ejecutada por Rafael Moneo y finalizada en 2007 debió buscar una solución arquitectónica que la situó en la fachada posterior del citado museo y que conecta con éste desde el interior.

¿Qué hace del Prado, un museo único, distinto de otras pinacotecas del mundo? 
 Como ya había anticipado es el coleccionismo, el gusto personal de unos reyes que adquirieron obras de sus artistas preferidos por lo que el Prado cuenta con un gran volumen de obras de determinados maestros como Juan de Flandes, Tiziano, El Bosco, Joachim Patinir, Rubens, Velázquez, Goya, etc.

La reina Isabel la Católica sería la iniciadora de esta colección, uno de sus artistas de cabecera y pintor de corte en Castilla fue Juan de Flandes.

En esta obra del historicismo del siglo XIX  la reina Isabel es su protagonista principal. 

Su autor es Eduardo Rosales, del cual el Prado acumula una gran representación de sus obras.
Titulo del cuadro: Doña Isabel la Católica dictando su testamento. 
Rosales lo pintó 1864, siendo el primer cuadro que se colgó en la ampliación de Moneo que está dedicada a la obra de pintores del XIX como Rosales, Fortuny, Frascisco Pradilla, Sorolla, entre otros.


El coleccionismo pictórico de la reina católica continuaría con sus descendientes, los Austrias. Su nieto Carlos I fue un apasionado la obra de Tiziano pero el que más nos interesa aquí es su hijo Felipe II. 
Este sucesor del monarca de una tierra donde no se ponía el sol, sentía debilidad por la obra alucinógena, delirante y cautivadora del Bosco aunque también adquirió y protegió la obra de una artista del renacimiento, Sofonisba Anguissola.
Será Sofonisba la primera mujer a la que se le permite estudiar pintura, lo que sentó precedente, y lo hizo a instancias de su padre, un noble de Cremona de formación humanista que consideró darle a sus hijas una buena educación intelectual, incluyendo las artes. 
Por su talento y obras es reconocida como la primera pintora. 

Aunque resulta extraño y difícil de creer que antes del renacimiento no existiera ninguna mujer que haya pintado. 

¿Qué ocurrió con ellas y sus pinturas? 
La respuesta la tiene el tiempo y su hermano gemelo, el olvido.

Sofonisba vino a España de la mano del duque de Alba que propició que fuera la dama de compañía de la tercera mujer del rey, Isabel de Valois.
Ya en la corte española fueron conocidas y valoradas sus obras, lo que le permitió pintar entre otras, a Felipe II en un famoso retrato austero, distante y refinado.
Se dice que tanto los pintores de corte Sánchez Coello como Juan Pantoja de la Cruz estuvieron muy influenciados por Anguissola, por lo que alguna de los cuadros de esta artista fueron atribuidos a estos pintores. 
Asimismo las historiadoras Carmen Bermis y María Kusche han investigado a La dama del Armiño, obra hasta ahora atribuida al Greco y sostienen que en realidad pertenece a Sofonisba.
El Prado posee cuatro lienzos de esta autora:
El retrato de Felipe II antes mencionado. 
El retrato de Giovanni Battista Caselli, un poeta de Cremona.
El retrato de la cuarta esposa de Felipe II, Ana de Austria.
Y por el último este retrato de la imagen de abajo que pertenece a Isabel de Valois llevando en una de sus manos una miniatura de Felipe II.





Se van las reinas y aparecen las Vírgenes, Meninas, Infantas, Sibilas y diosas.

Por ello entramos en el barroco de Sevilla donde nacieron dos artista que dieron fama eterna a sus pinceles.
Uno de los autores con realizaciones cuya temática fueron en su mayoría vírgenes e imágenes religiosas fue Bartolomé Esteban Murillo. 
Murillo alcanzó una gran fama en vida tanto nacional como internacionalmente, su obra serena y dulce ofrece un conjunto religioso amable, equilibrado y hasta gozoso. 
Sus modelos preferidas eran mujeres andaluzas sencillas que posaban para Vírgenes y santas llenas de templanza. 
Contemplándolos me parece ver en sus cuadros, que Murillo siempre quiso representar la felicidad de lo cotidiano y le puso los mantos de la santidad.

Una mujer hila mientras mira a su hijo, el niño está sostenido por su padre, un perrito blanco y un pajarito completan la escena situada al lado del banco de carpintero siendo éste lo que da la pista para percatarnos que ese niño es Jesús de Nazaret con sus padres. 

Aunque bien podría ser cualquier otro niño en una escena íntima. 
¿El niño Jesús trata de salvar al pájaro? 
O por el contrario: ¿Intenta fastidiar al perrito tentándole? 
Puede que ambas cosas, pero en todo caso, el cuadro desprende una acogedora familiaridad y humanidad. 

La sagrada familia del pajarito

Otro rey de la casa de Austria será nuevamente protector y coleccionista de arte, le apodaban el rey Planeta pero oficialmente fue Felipe IV y será quien nos traiga meninas e infantas.
¿Felipe IV y Diego Velázquez fueron amigos?
Algunos historiadores apuntan que sí que quizás Velázquez fue su único amigo. De lo que no parece haber duda es que este rey ausente y mujeriego admiraba a Velázquez hasta tal punto que le dio toda suerte de cargos, honores y compartieron mucho tiempo al posar y pintar retratos. 

En el cuadro de Las meninas con sus misterios, juegos de luz y espejos hay algo que no puedo por menos dejar de notar y es la intimidad que Velázquez parecía tener con la familia real. Pienso que sino fuera así sería impensable este cuadro tal como es.

Por qué pintó tantas veces a esta pequeña infantita vestida de rosa, de azul o de plata. 
De hecho su último cuadro el que quedó inacabado es otro retrato de la Infanta Margarita. 
¿Es posible que Velázquez sintiera un gran cariño por esta niña a la que vio nacer y crecer?
Lo cierto es que por virtud de sus pinceles, la infanta, esta mínima musa desprende un halo dorado de inocencia y encanto un tanto ladino.
Como no sentir lástima por ella al saber que murió de parto en la veintena casada con su tío materno sirviendo a los entresijos de la política de su tiempo. 



Detalle de la Familia de Felipe IV 


¿Sentía lo mismo esta niña por Velázquez, y por eso iba la pequeña de visita frecuentemente a su taller? 
¿Fue por este mutuo afecto y convivencia por lo que Diego Velázquez eligió una de estas visitas para crear su obra maestra más emblemática? 


Las meninas, un cuadro lleno de secretos que están delante de nuestros ojos.


Otra obra de Velázquez que también guarda su enigma es: La sibila. 
Según algunos historiadores esta mujer del perfil es Juana Pacheco la esposa de Velázquez. 
Existen dos interpretaciones para el cuadro, la primera que es una sibila con un tabla para escribir profecías, en la segunda Velázquez representa a su mujer Juana, como lo que fue una pintora, aunque no se conserva ninguno de sus cuadros.
La sibila mira hacia el futuro, la pintora hacia sus visiones... 



La sibila 


Pero Felipe IV no solo mostró interés por Velázquez sino por otros artistas entre los que se encontraba Pedro Pablo Rubens pintor de diosas, mitologías y alegorías en movimiento.
La mitología era la excusa para representar mujeres casi desnudas o desnudas, libres de la castidad, son venus tentadoras que a veces aman a los dioses y otras los rechazaba.   
Todos los cuadros que acompañan esta nota están expuestos en el Prado como es el caso de esta Diana cazadora del taller de Rubens.





El tiempo pasa, se lleva a los Austria y trae a los Borbones,   a las majas, manolas, lecheras, brujas, parcas, lavanderas y una duquesa, la de Alba, apareciendo en los lienzos del pintor romántico Francisco de Goya. 
La relación entre la duquesa y el pintor fue muy intensa,  tejida de amor, deseo, pasión y arte. 
Sin embargo todo ésto aparenta ser según algunos estudiosos una leyenda goyesca que alimenta el mito de este artista insuperable. 
Tampoco las majas ni la desnuda ni la vestida son la duquesa de Alba, sino que es Pepita Tudó amante y después esposa del político Manuel Godoy, favorito y primer ministro de Carlos IV. 
Es posible que nunca llegue a saberse la verdad, puede que Goya y la duquesa nunca tuvieran amores, a pesar de ese dedo de la duquesa que apunta en uno de sus conocidos retratos al suelo donde se escribe: Solo Goya.
Por lo visto no es declaración de amor carnal, sino una declaración de amor al genio del pintor.
Los únicos que con certeza saben lo que hubo entre ellos, son la duquesa y el pintor, los demás especulan prefiriendo creer que además de su mecenas y musa, fueron amantes o amigos. Yo prefiero creer las dos cosas. 
Parece que la duquesa se llevó a Goya a vivir con ella a su finca de Sanlúcar, allí pintó este cuadro donde se la ve de espalda con su ama a la que asusta con un amuleto de coral para el mal de ojo. 
Va de retro parece decir la dueña con el crucifijo en su mano. 
Esta divertida y al mismo tiempo esperpéntica y supersticiosa escena nos habla de la gran confianza y complicidad que ambos mantenían. 




Las mujeres de Goya se van y aparecen Alicia Peral, María Álvarez-Garcillán, María Dolores Gallo, María Antonia López Asiaín. 
Son algunos nombres que me he encontrado al buscar a mujeres restauradoras del museo del Prado. Este taller de restauración está considerado el mejor del mundo no solo porque está dotado de los más innovadores medios sino por la calidad del trabajo de sus restauradores.
Una de las restauraciones que se llevó a cabo recientemente es la de Maria Tudor llamada Maria la sangrienta o Bloody Mery. 
El conocido cóctel llamado así Bloody Mery le debe su nombre a esta reina.
Recodemos que María Tudor tuvo ascendencia española, su madre fue Catalina de Aragón, hija de los reyes católicos, su padre el famoso Enrique VIII de Inglaterra. María fue declarada bastarda cuando su padre para casarse con Ana Bolena abandonó la fe católica y repudió a su madre.
 María Tudor restauró el catolicismo cuando heredó el trono a la muerte de su hermanastro Eduardo IV.
 En ese momento su sobrino, el rey de España Carlos I tuvo la idea de que se casara con su hijo Felipe II porque esta unión era ventajosa para ambos reinos.
Para que Felipe conociera a la novia, Carlos I envió al pintor Antonio Moro a Inglaterra que realizó este soberbio retrato de María que le da un aspecto mayestático de una gran dignidad y fortaleza siendo una mujer poco agraciada y rígida. El preciosismo de los detalles, entre ellos la rosa roja símbolo de los Tudor, la posición de la retratada que dota al espacio visual de una profundidad en perspectiva hicieron de éste cuadro una de las obras maestras de Moro. 
Personalmente me parece todo un acierto la exquisita elección de esa falda adamascada en plata, el sobretodo de terciopelo morado que se remata con un cuello chimenea abierto que nos deja ver otro cuello de encaje ambos plateados.  Así como el tocado acentúan lo más sobresaliente del aspecto de María que es su te y el color rojizo de su cabello.
Carlos I estimaba tanto este cuadro que se lo llevó a su retiro del monasterio de Yuste.
La reina de Inglaterra y su sobrino finalmente se casaron, el matrimonio a penas duró cuatro años truncado por el fallecimiento de María.

Retrato de María Tudor por Antonio Moro



 Angélica Kauffmann, Flora López Castrillo, Marguerite Benoit, María Luisa Riva y Callol, Louise de Liniers, Catharina II Ykens, C. Carpentier, Anna María Mengs, Joaquina Serrano y Bartolomé, Teresa Madasú y Celestino, Margarita Caffi, Marietta Robustini Tintoretta, Teresa Nicolau Parody, Elisabetta Sirani, Adela Ginés Ortiz, Emilia Menassade, Antoinette Brunet, Giula Lama, Rosario Weiss y Julia Alcayde, estos son lo nombres de la pintoras cuyos cuadros se encuentran en los almacenes del Prado fuera de la mirada del público.

Espero que alguna vez a las pintoras se las evoque y no se las descubra.

Para finalizar trazo un breve apunte biográfico de Rosario Weiss y Julia Alcayde.

Rosario Weiss tuvo en Francisco de Goya al descubridor para su temprano talento, además fue su maestro y parece que además fue su padre, aunque él nunca la reconoció de forma oficial. 
El artista era el compañero sentimental de su madre Leocadia Zorrilla que también era su ama de llaves. 
Leocadia, Rosario y su hermano Guillermo acompañaron al pintor a su exilio de Burdeos y con él estuvieron hasta que murió. Volvieron unos años después a España con una situación económica muy precaria. Rosario salvó la economía familiar con las copias que hacía en el museo del Prado. Al margen de estos trabajos, su obra personal cosechó reconocimientos hasta el punto que fue nombrada maestra de dibujo de Isabel II y su hermana Luisa Fernanda. 
Murió con solo veintiocho años de cólera morbo.
Este dibujo de Rosario Weis se titula: Retrato de una dama judia en Burdeos.





Para escribir sobre Julia Alcayde tengo una razón sentimental, Julia fue nacida en Gijón, mi ciudad. 
Descubrí sus cuadros en la adolescencia en el museo Jovellanos cuando la encontré sola entre pintores masculinos.

Sus obras me encandilaron, aunque nunca he sido aficionada a los bodegones, por la frescura, el fulgor de sus apetitosas frutas colocadas en paisajes. Esa singular forma de componerlos, los bodegones suelen ser materia de interiores, hicieron que me resultaran inolvidables.
Julia Alcayde comenzó a pintar desde niña apoyada por su hermano mayor, un militar con rango de general, muy aficionado a la pintura, que le dio sus primeras lecciones.
Su familia que era acaudalada se trasladó con ella después a Madrid, donde estudió pintura con el pintor Manuel Ramírez. 
La joven Julia tuvo relación en la capital con personajes como Emilia Pardo Bazán, Jose Zorrilla o su amigo el poeta Antonio Grilo. 
Un rumor cuenta que Antonio y Julia se enamoraron pero Grilo le pidió a Alcayde que dejara la pintura a lo que ella se negó. 
Nunca se casó y nunca abandonó la pintura hasta su muerte siendo una anciana en 1937. Participó en concursos nacionales e internacionales, uno de sus cuadros fue comprado por la reina Maria Cristina.
El que cierra esta nota titulado: Frutas, fue legado por su autora al museo de Arte Moderno, ignoro por qué ahora el Prado es el custodio que lo mantiene oculto. 
Para quien visite el museo de Jovellanos encontrará expuestas algunas de sus obras, no así las de Carolina del Castillo otra pintora del XIX nacida también en esta ciudad. 
Los cuadros de Carolina duermen guardados en los fondos del museo Jovellanos hasta que tengan a bien despertarlos y exponerlos. 
La historia se repite no importa a dónde vayas, dicen apenadas las musas.





En octubre de este año y hasta febrero del año 2020 el museo del Prado tiene proyectada una exposición cuyas protagonistas son dos artistas del renacimiento: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Espero tener la suerte de volver al Prado para verlas y de nuevo perderme por los pasillos del Prado y así encontrarme como una mariposa que busca la salida en la luz.