Eran las nueve cuando se abrió la taquilla del museo, un museo de enormes dimensiones, colosal, más bien gris.
Ya había visto la pirámide de cristal en fotos, sin embargo a luz de aquella mañana me pareció un prisma, un prisma traslúcido y que iba a descomponerse en destellos de color.
Era ya larga la cola cuando entré por no recuerdo que pabellón, lo primero que vi en lo alto de las escaleras fue a la Victoria; a la Nike. Las nikes posándose con sus alas victoriosas pero eran inconstantes y no se quedaban, sin embargo esta no iba a irse a ninguna parte a pesar de sus alas, estaba bien asentada en una proa de piedra que se especula situada al borde de un acantilado.
Es de piedra, sí, pero toda ella es percutir de alas y viento en los drapeados que se adhieren a su torso, a su cuerpo y te quedas hipnotizada mirándola en lo alto, el cuello hacia atrás.
Deambulas por las salas enormeeeees, a pesar del mapa te pierdes entre los dédalos de pasillos, la casualidad...y de pronto los Leonardos, misterio; y no puedo creerme que los estoy viendo, la sonrisa de ese ángel y la sonrisa de la Gioconda tan lejana detrás de su protección acorazada de vidrio, que pequeña dicen algunos. Y no puedo dejar que tendrá que ver el tamaño con la importancia de una obra, parecemos asociar dimensiones y valor. No puedo dejar de pensar lo que Umberto Ecco declaró sobre la Monna Lisa: je je que le parecía un travesti, sin embargo este cuadro es el más famoso del mundo, fue apuñalado y creo que también robado. Leonardo decía que un cuadro era una poesía sin palabras... su aportación poética el sfumatto, diluir los contornos esfumarlos, el horizonte cambia del lado derecho al izquierdo. Siempre conservó este cuadro, al final de su vida lo vendió al rey Francisco I. Te puede emocionar o no, pero es una obra magnética.
Guardan los pabellones tesoro más tesoro; el código de Hammurabi; la pétrea ley del talión: ojo por ojo y diente por diente, el escriba sentado de caliza, la androginia de Akhenaton, la venus de Milo con forma helicoidal, lo que te obliga a recorrerla, Grecia, Roma, los etruscos, los toros alados de Mesopotamia, frisos; y me pregunto si todas estas piezas echan de menos el lugar para donde fueron creadas, echan de menos su paisaje.
A las doce, las hordas de Atila turísticas somos ya cuantiosas, miles de cámaras sin flash disparan como ametralladoras con los brazos en alto, ya no es posible ver los cuadros sin gente por el medio. Duelen los pies, las caderas; se impone un descanso y recargar vaterias, tienes la ventaja de poder salir y entrar, lo que no ocurre en otras pinacotecas.
Ahora a buscar la salida, cuando al fin lo consigues y te sientas en una terraza parece que echas humo de cansacio y se te van los ojos detrás de las birras hasta que el camarero te sirve una y el bocata. Te sientes en el limbo después del piscolabis; y a la carga a entrar de nuevo.
Entonces ya los lienzos, David, Gericault, etc.etc. la presencia de pintoras es mínima, solo hay dos Elisabeth Vigeé-le Brun y Anne-louis Girodet de Roussyte-Trioson con su Atala conducida a la tumba; obra romántica e historicista inspirada en una novela de Chateaubriand. Laberintos de pasillos abigarrados de lienzos gigantescos que no puedes avistar debido a la estrechez de estos, alguna ventana a las entrañas del museo deja ver multitud de obras embaladas.
Sin querer vuelves a Delacroix con su balsa de la medusa y de pronto... una mujer ya entrada en años se me acerca, tiene una gran sonrisa emocionada, chapurreamos en francés y español con más fortuna suya que mía, me indica que la siga hasta una entrada donde hay un cuadro pequeñito, es el árbol con cuervos de Caspar David Friedrich un “vanitas” del romanticismo alemán, una reflexión sobre la fragilidad humana en un roble desnudo a la fría luz del amanecer, las ramas se extienden nudosas y los cuervos son símbolos paganos de muerte.
Me dice que ha venido sólo para ver este cuadro, no me dice con palabras lo que significa para ella, pero me lo dicen la luminosidad de sus ojos, está tan feliz que sólo quería compartirlo con alguien. De pronto se va, me quedo perpleja y también emocionada; se me borraran, se me han borrado imágenes de ese día, pero lo que no se me borrará es esa mujer que nunca volveré a ver y que no tiene nombre.
El espectro de las emociones esporádicas, ¡menuda mujer!, ¡o menudo par de mujeres!, ¡o menudo encuentro! ¡Imagínate que pensaría Friedrich!... ¡e imagínate que piensa ahora Leonardo!
ResponderEliminar¡Y este blog sí que huele a milagro, vena y aire!
Te felicito, sin más. ¡No se puede decir nada más ante tanta grandiosidad visual y de la palabra! Basta darse un paso por la columna lateral derecha para cerciorarse.
Un beso azul, dear Palomanubis.
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ResponderEliminarEste maravilloso relato que nos recibe a la entrada de tu Blog, nace de tu sensibilidad artística y de tu pasión por la Historia del Arte. Mi querida Paloma, la viveza de tus palabras hizo que aparecieran en mi recuerdo las impresiones que experimenté cuando hice ese mismo recorrido, muchos años atrás; de alguna manera estuve de nuevo allí Contigo, mil gracias!!!
ResponderEliminarRecibe mi abrazo grande, cariñoso.
Anamaría
Anamaría querida, muchas gracias por compartir tantas cosas y por ser como eres ,una obra de arte en todos los sentidos.
ResponderEliminarUn abrazo no fuerte, mas aún.
Paloma, vaya historia!
ResponderEliminar(suspiro una y otra vez)me has emocionado con tus palabras!!
Has conseguido que la vea, como tu...nuna más la volveré a ver!
Un abrazo!
Elizabeth Sandoval
Muchas gracias Elizabeth, me emociono con tu comentario.
ResponderEliminarUn placer conocerte.
Un abrazo!!.