Ars longa, vita brevis

viernes, 26 de mayo de 2017

Le di nombre


Descubrimiento

La hallé en una tierra legendaria 
toda rocas y espliego y dispersa hierba,
donde estaba posada sobre arena empapada
vecina al torrente de un desfiladero.
Los rasgos que combina la señalan como nueva
ante la ciencia: forma y tono -el tinte tan singular,
consanguíneo de la luz de la luna, que atempera su azul,
la parte inferior deslustrada, la franja taraceada.
Han aislado mis agujas su sexo esculpido;
los tejidos corroídos no pudieron ya ocultar
esa mota inapreciable que ahora riza la lágrima
convexa y límpida sobre un portaobjetos iluminado.
Se gira un tornillo lentamente; y saliendo de la bruma
dos ambarados garfios se inclinan simétricamente,
o escamas cual raquetas de amatista
atraviesan el círculo encantado del microscopio.
Yo la hallé y yo le di nombre, al ser versado
en el latín taxonómico; me convertí de ese modo
en padrino de un insecto y su primer
definidor: otra fama ya no quiero.
Desplegada en su alfiler (dormida profundamente),
a salvo de los parientes y la corrosión reptantes,
en la aislada fortaleza donde conservamos
los prototipos de especies ella transcenderá a su polvo.
Oscuros cuadros, tronos, las piedras que los peregrinos besan,
poemas que en morir tardan mil años,
tan sólo remedan la inmortalidad
de esta roja etiqueta sobre una tenue mariposa.

Vladimir Nabukov

La pasión por cazar, catalogar y dibujar mariposas a Vladimir Nabukov le venía de lejos, tanto como de la infancia y durante su juventud, madurez y vejez con pantalones cortos, una gorra a cuadros y un cazamariposas continuó haciéndolo por todo el mundo.
Trabajó incluso para el Museo de Zoología de la universidad de Harvard y dio nombre, incluso el suyo, a un cierto número de especies.
Cuando solían preguntarle en las entrevistas que le hubiera gustado ser sino se hubiera dedicado a la literatura, respondía:
"Un oscuro entomólogo que caza mariposas en verano, en países fabulosos, y en invierno clasifica sus descubrimientos en el laboratorio de un museo”.

Después de leer el poema me he estremecido al pensar en el alfiler atravesando el cuerpo de una frágil mariposa.
La belleza consagrada a la inmortalidad por el acero y el formol.
 Sí... también el arte con un alfiler de pincel, de letras, de cincel, o con cualquier otro instrumento u objeto, penetra en la belleza en la real y en la abstracta para ganar la batalla de lo efímero contra el impasible tiempo.
Pero a la mariposa no le importa que la descubran, le den un nombre a su milagro y lo escriban en una etiqueta roja.
Al descubrirnos estremecida huyó, huye y huirá, azul y alada.