Ars longa, vita brevis

domingo, 10 de julio de 2011

El valor del membrillero




Hace unos días en una subasta de arte una obra de Miquel Barceló desbancó la evaluación hasta ahora del artista españolmás cotizado, Antonio López García.
Sin caer en cifras astronómicas que estiman tal o cual obra me acojo al viejo adagio español del necio confunde valor con precio.
Por tanto me enroco en el valor del arte o de la obra de arte y me olvido de cifras porque las cifras sólo me parecen importantes cuando liberan otro valor, la independencia artística cuando se trabaja sin presión alguna de mercados y público, contratos estanco e incluso hasta de servir al propio estilo o las propias temáticas compositivas.
Antonio López es un pintor que no se ha prodigado en exposiciones. Se ha prodigado tan poco que apenas ha hecho más allá de unas cuantas principalmente porque este recio, enjuto, este hombre menudo de Tomelloso nacido el 6 de Enero de 1936 nunca finaliza del todo una obra pese que trabaje en algunas por más de décadas. Y es cierto las obras se ausentan de un punto y final, unas veces se dejan por fatiga, en otras es un espacio abierto para volver con la mirada distinta en distintos tiempos, no es el mismo hombre el del año pasado, el de hace diez años, el de ahora mismo. El tiempo es un cincel que nos trasforma.
La tónica general para evaluar a un artista es la tasación del precio de la obra y la enfatización acumulativa del curriculum en materia expositiva donde la cuestión primordial la recoge el mercado y las pujas que ausentes están del valor del arte por el arte siendo más bien cuestión de al alza de quien lo firma.
No, el valor de Antonio López se obvia de los balances de ganancias e incluso del número de exposiciones; el valor de este hombre el otrora chico de posguerra que iba para contable, este chaval que un verano su tío (compartió con el sobrino nombre y oficio) descubrió en el niño cualidades para el dibujo y comenzó a prepararle convenciendo a su padre y hermano para que le dejara estudiar bellas artes en Madrid.
El valor es el contenido de su obra y no parte de ella sino toda ella e incluso la que aún no ha realizado.
Parece que se materializara el silencio cuando Antonio López pinta. La soledad de su mirada reflexiva, austera, enigmática y misteriosa definiéndole como un hiperrealista es la de un realista objetivo pues así se declara él mismo.
El realismo en una la fortaleza a la búsqueda de la belleza ausente de los pretendidos lugares donde se halla el concepto de lo bello estandarizado sino mostrándola allí en la ubicación de la ausencia de lo “ bello ” en lo sórdido de un viejo lavabo o en una taza del water o en el cadáver de un conejo como dormido y postrero sobre un plato.
El polvo parece a nuestra vista suspendido en un velo dentro de un rayo de luz como si este fuera aparecer de pronto y volátil se asentara en la reluciente superficie de su aparador impecable porque nuestra mirada se torna cómplice e imagina en un juego en el que ni lo que estamos viendo y lo que imaginamos es real.
Antonio López se recrea en las vistas de Madrid como un pintor moderno de veduttas pero las suyas son sus vistas que se mantienen en una panorámica a veces a ras de tierra a veces desde lo alto en esta ciudad consensuándose a una estrecha relación de amor-odio.
Desde que arribó a Madrid en el 49 y ya más tarde después de su paso por San Fernando a punto estuvo de abandonarlas incluyendo el país porque los comienzos de un pintor son caminos áridos en dificultades. Fueron tan difíciles como es habitual para todos los artistas y para la mayoría será una situación permanente, que a punto estuvo de irse a Sudamérica.
Ser pintor o pintora hablemos de ellas y sobre todo de ellas también es un vocación llena de soledad y olvido con las incertidumbres que atormentan aún cuando se consigue lo que llaman el éxito sobre su propia valía y valor, con la inseguridad permanente, un desequilibrio perpetuo; una cuerda floja donde se tambalea la sensibilidad, la estabilidad emocional y la propia cordura es la grandeza y la miseria del arte.
Existen artistas favorecidos por el escaparate del mercado, por el poder, pero existen artistas que sobreviven en la peores condiciones de las jamás saldrán y otros que mantienen otro trabajo alternativo para que les permita entre otras cosas pintar y aquí recae más que nunca el viejo tópico: de pintar por amor al arte.
El artista Antonio López lo sabe y como la sabe ha impartido cursos de verano a todo tipo de personas de todas las edades, autodidactas, estudiantes de bellas artes o que hallan finalizado sus estudios, hombres y mujeres... ¿Cuánto vale ese tiempo didáctico de Antonio? No tiene precio sino valor el mismo que se reportan unos a otros, el maestro y los alumnos.
Una reflexión en la que probablemente hemos caído es: ¿Cuántos artistas se malogran por falta de oportunidades, de apoyos o porque ni siquiera se descubran y a cuántos malogra también el éxito?.
De esta reflexión incidiremos en otra... ¿Alguien es artista cuándo vende, cuándo tiene éxito?
O alguien es artista cuando siente en lo que pinta y esta honestidad es el valor y lo demás es la apreciación del valor en el que interviene además el concepto del gusto y del genio pero eso también se escapa al mismo creador, aunque la genialidad que parece manifestarse como innata necesita también de preparación y de estudio, de investigación a la que se dedica no solo algunos años sino toda una vida.
Antonio López reside en Madrid el escenario de alguno de sus lienzos porque allí como en toda ciudad colosal, desbordada, polucionada e inhóspita viven sus hijas y su mujer que es también pintora que ignoro si vive a su sombra o tiene sombra propia...
A toda su familia ha plasmado en un instante de eternidad e incluso a sus nietos desde el mismo momento de su nacimiento esculpiendo sus cabezas de bebés y de estas esculturas que se instalan en algunos lugares de la capital; su abuelo el pintor y escultor insiste que el tamaño colosal de éstas adquiere el poder del mito tomándose la referencia de las gigantescas cabezas del arte egipcio o maya.
Antonio vuelve a la puerta del Sol cada año tan sólo unos días de agosto y lo hace con caballete, pinceles y bastidor para captar la luz que únicamente ilumina de esa forma en esos días. Trabaja en medio de una gran expectación de curiosos sin ninguna valla protectora, la cual fue ofrecida por las autoridades; él sin embargo desechó este ofrecimiento porque le gusta que la gente se aproxime le observe y departir charla con cualquiera que venciendo la timidez o la distancia se acerque.
Antonio es próximo, asequible, accesible y sencillo, marcará en el suelo de la acera con tiza blanca la exacta posición de su pies y con compás y regla trazará la exacta perspectiva de la calle. Enamorado de las horas de la luz, de ciertas horas de luz, su testimonio y liturgia creativa quedó palpable en la película inclasificable del así mismo inclasificable Víctor Erice: “El sol del membrillo”.
La excusa argumental es la luminosidad en el jardín de su taller en Madrid para atrapar el sol en un membrillo.
(Incido en la palabra taller debido a que el sinónimo de estudio se me asemeja antónimo, porque el pintor trabaja en un taller donde se viste con un mandil, con viejas zapatillas. El oficio mancha ensucia de aguarrás, de linaza, de carboncillo y de empastes de colores al óleo y es en ese su taller además donde fabrica él mismo sus propios lienzos con tela y listones madera con cuñas para que la tela respire y se tense).
Para esta captura del ecuador del astro por un menbrillero se transmuta en una araña que rodea al árbol con hilos y plomada mientras canta a duo, recuerda años de aprendizaje un día cualquiera en el que uno de sus amigos pintor le visita : Cariño, cariño mío...
El patrimonio nacional le encargó en los años 90 el retrato de la familia real española, un encargo que suscita una gran expectación y podremos percibir lo que para un artista representa tal encargo la equiparación con Velázquez y Goya ya que ambos artistas recibieron la misma petición y se consagraron además por haberlas realizado. El juicio de valor que me provoca este encargo es que el patrimonio nacional no ejerce ni de patrimonio ni de nacional ya que no ha superado a una renovación donde plasmar para la posterioridad algo distinto de la continuidad dinástica. Antonio López aceptó el encargo ignoró la razón por la cual accedió a cumplirlo bien sea por vanidad o por confesión monárquica o por otra que se me escapa.
El museo Thyssen de Madrid exhibe hasta septiembre una retrospectiva de este artista calificado como un genio vivo, polifacético, repetitivo y experimental, una oportunidad única para verlas puesto que sus obras apenas están expuestas en museos.


Hay algo que no ha desatendido el maestro ha sido el amor y la practica por el dibujo en uno de sus libros donde recopilan sus dibujos establece que: “La diferencia entre el dibujo y la pintura se percibe de inmediato: la pintura te da todos los datos, y el dibujo no; una te aproxima al motivo, gracias fundamentalmente al color, pero el otro, en su límite, te lleva hacia un territorio más psicológico. En cierta medida, nos ocurre algo parecido con el cine: cuando vemos una película en blanco y negro, tenemos una sensación de irrealidad, de sueño”
Comillas para Antonio López que nos indican pausas obligatorias, delimitados en los espacios de sus obras para emplearnos en la precisa contemplación de sus pausas puesta en el lugar preciso dejando decir aquello que su autor dice sin normas establecidas valoradas a una arquitectura poética y narrativa del color, del blanco y negro, del bulto redondo de sus esculturas para no cumplir con las normas de nuestra vista adiestrada por los valores de nadie ni siquiera por los de nosotros mismos.

Vídeo de las obras de Antonio López. http://youtu.be/cZVn549F5qo