Ars longa, vita brevis

domingo, 1 de julio de 2012

El viaje de Edward






Madrid, junio con casi cuarenta grados a la sombra.
El viento como un secador de pelo sofocante un intruso más en la terraza de una calle aledaña al museo Thyssen.
A la sombra de los toldos los párpados entornados con un cansancio ardiente.
Las acacias próximas con aspecto sediento cimbreadas por ráfagas del aire tan seco aturdidas por el faenar de los bomberos ocupados en cortar una de sus gruesas ramas medio desagarrada mientras la gente sentada busca un refrigerio con forma de zumo o bocadillo.

Una pareja extranjera con niños conversan en inglés, otra mujer hace fotos con el móvil a los bomberos divertida por la anécdota de la calle.
En otra mesa una joven ajena al calor, a los bomberos, al móvil, ajena a todo con la mano sujeta su vaso de agua, pensativa mientras el sol le dispara uno de sus rayos laterales en ese instante la realidad pinta un cuadro similar a los que ahora han venido de viaje expuestos en el museo.
La joven de pronto se levanta y se va deshaciendo el ensueño para recobrarlo y recobrarte huyes, es la hora marcada en la entrada deseando tanto el aire acondicionado como el aire contenido en los lienzos del artista americano Edward Hopper.

Resulta imposible resistirse al magnetismo de Hopper a esa atmósfera minimalista que recorta su silencio en la retina y de ahí va más adentro al lugar sin la frontera específica de la sugestión inolvidable porque tú merced a sus espacios eres protagonista sin lienzo de su obra.

Retrato de Jo.
La compañía de algodón de Nueva Orleans. Edgar Degas.
Hopper antes de Hopper viajando a Europa (Francia y España) empapándose del impresionismo francés y declarando varias deudas a Manet, Goya, Velázquez pero sobre todo Edgar Degas.
Viajero acompañado de su inseparable cómplice de por vida su mujer Jo.



“Cuando pinto, siempre me propongo usar la naturaleza como un medio para intentar conjurar en el lienzo mis más íntimas reacciones ante el objeto tal como aparecen cuando más me gustan.
Cuando lo hechos concuerdan con mis intereses y con lo que había imaginado previamente.
¿Por qué prefiero escoger determinados objetos en lugar de otros? Ni yo mismo lo sé a ciencia cierta, excepto que sí creo que son los mejor medio para un resumen de mi experiencia interna”.
Edward Hopper

No hay ciencias ciertas para el arte por eso la mirada evasiva de su autorretrato con sombrero busca ese conjuro de la realidad confiriendo un efecto real sí pero fantástico.
Ojos como ventanas para abrirnos otras pintadas a ras del suelo, elevadas en edificios de dos pisos o o aún más altas con la luz sobre la tierra viajando 24 horas sobre su eje rotando enciende la luz eléctrica. Hopper plasma también ese momento en que las dos luces la natural y la artificial conviven simultáneas

“ Quizás yo no sea humano. Mi deseo era pintar la luz del sol sobre una pared”

Expresa así Hopper ese anhelo confirmado en cuadros como: Grupo de gente al sol ( People in the sun, 1960), Sol matutino ( Morning Sun, 1952), Una mujer al sol (A woman in the sun, 1961) sus personajes son girasoles buscando la luz de sol pero además la de la luna y las bombillas.
Pintar es mirar y hacer mirar a unos personajes, Hopper tomando distancia psicológica muestra a seres serenos, silenciosos, solitarios, alienados, melancólicos o de un gozoso ensimismamiento pero contenidos siempre sin sobresaltos ni pasión, acompañados o a solas pero involutivos entre los huecos y ventanas con las puertas abiertas, cerradas en los edificios colosales, en las casas aisladas, en gasolineras en los vagones de tren, en las oficinas, teatros, palcos, proscenios, barras de bar, hoteles.
Inmóviles o cosiendo a máquina, tocando el piano con un dedo, lectores de facturas, de periódicos, de libros o del itinerario del tren, vestidos, semidesnudos o desnudos al completo.
Paisajes, marinas y faros de su natal Cape Cod una transposición real pero tamizada por los bocetos de una impresión que recreada los traslada a una ficción irreal imaginada por él con trozos de realidad, de una realidad americana cercana acercada por el cine a generaciones de espectadores que han crecido portando en su memoria cultural y emocional la atmósfera de la gran depresión o de una profunda América visionada en películas como el Halcón Maltés resonando en los blues en la trompeta de Miles Davis en los acordes guitarra del Solitary Mann de Johnny Cash.

¿Quién vive detrás de las paredes de las casas de Edward?
Hitchcock fascinado por la casa pseudogótica a la orilla del tren instaló a Norman Bates preso de Psicosis.



Cuando Hopper sentía vacíos de inspiración los llenaba en los cines por esa causa sus obras tienen el lenguaje de un fotograma desplegando tal ímpetu estético y poético evadiendo sin embargo el desarrollo del desenlace pero precisando la obertura narrativa literaria y cinematográfica del espectador tan inmóvil como sus instantes detenidos pero con el motor del cadillac reinterpretativo a todo gas Esso para escribir enmudecidos esos flahes que contemplamos una y otra vez a en el ritmo interno de la pauta metafórica indescifrable de lo cotidiano.


Antes de salida una instalación recrea unos de sus cuadros para subirte a una pequeña escalera mirar a través de un marco vacío y unos metros más allá una habitación con personaje real a veces otras ficticio para enmarcar la mirada al sol.




Afuera el calor otra vez realmente... tórrido.