Ars longa, vita brevis

viernes, 14 de noviembre de 2014

Los gorriones del Gijón


A dónde peregrinó una gijonesa en Madrid…
A ese legendario café literario situado en el número veintiuno del paseo de Recoletos, el Café Gijón.
Sobrevive el Gran Café Gijón, a otros cafés afamados por sus tertulias literarias madrileñas, como el café del Pombo, liderada su tertulia por Ramón Gómez de la Serna.
El Pombo cerró por la posguerra en 1942, sin Ramón en la sagrada cripta, en ese momento en el exilio, y en el exilio murió en Buenos Aires en 1963.
Pero el Pombo y sus tertulianos conviven en el cuadro de José Gutierrez Solana: La Tertulia del café del Pombo.
Solana el pintor expresionista, amigo y tertuliano de Ramón, creó una doble imagen, un catalizador como espejo, confunde este elemento mágico, la realidad y la ficción, el presente y el futuro.
En pie y en el centro Gómez de la Serna, a su alrededor los retratos de Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse, el propio Solana, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi.
El cuadro de la tertulia del Pombo fue donando por Gómez de la Serna al estado español y actualmente está expuesto en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Me siento en la terraza del café Gijón para tomar un bocado y el café me devuelve toda su historia.
Fundado en 1888 por el asturiano oriundo de Gijón; Gumersindo Gómez, que le dio a este modesto establecimiento, un nombre que evocaba su nostalgia.
Nostalgia, la siento al evocar Gijón aunque voy a regresar en unos días.
Entonces puedo comprender la enorme morriña de Gumersindo;
primero emigrante en Cuba, después al regresar a España, en Madrid.
Las tertulias de gentes desconocidas, se convirtieron habituales del café Gijón recién estrenado, cobijadas poco a poco entre las mesas de mármol, donde se consumía café, horchatas, zarzaparrillas, zumo de limón, agua de cebada u otras bebidas en boga por entonces.
Los temas de sus tertulias eran tan actuales como podrían ser las hoy de día, conversando sobre política, toros o cualquier crimen truculento ocurrido en ese momento.
Gumersindo además del café, abrió un terraza a poco metros.
Unos de los primeros clientes famosos de este nuevo café seducidos por la frescura de su terraza fueron: Santiago Ramón y Cajal acompañado en ocasiones de su alumno Benito Pérez Galdos, Ramón del Valle- Inclán o José Canalejas.
A la musa del diecinueve habitual del Café Gijón, la llamaron Madame Pimetón (Facunda Conde Martín) un personaje marginal, que relataba su vida a todo el que quisiera escuchar: “ El aguardiente hay que beberlo en la intimidad de la amistad, yo lo bebo para aclarar la voz”
Y así entre gorgoritos ininteligibles Madame Pimetón tocaba el piano y cantaba zarzuelas por los cafés para el escarnio y mofa de sus tribulaciones.
Pero cuando falleció en 1928 todos los periódicos hicieron eco de la noticia.
Maria Teresa León escribió basándose en la vida de Facunda, un cuento titulado: Madame Pimentón, así mismo aparece en su autobiografía: Memoria de la melancolía.
Otros escritores, autores de teatro o cineastas, la citan en alguna de sus obras como: Camilo José Cela, Ruben Darío, Pío Baroja, Ángel Torre del Alamo, Antonio Asenjo, José Manzano y Pedro Baños.
Al entrar el siglo XX, un amigo y habitual cliente de Gumersindo, Benigno López, le propone la compra del local.
Gumersindo, impone una condición obligada para la venta; que nunca se le cambie el nombre de Café Gijón.
Con este acuerdo por ambas partes es sellado el contrato y Gumersindo vuelve a su Gijón natal.
Benigno López al frente de su nuevo negocio continúa con el espíritu del café.
Sucede la primera guerra mundial y debida a la neutralidad de España, algunos personajes famosos huyen de la contienda y se instalan en Madrid.
A la espía Mata Hari se la vio en el café Gijón, personajes de la realeza y a la cupletista Celia Gámez.
Unos años después, Benigno emprende la primera de las reformas del café, acometida por uno de sus tertulianos, el arquitecto Luis Laorga Gutiérrez.
Poco después Benigno fallece y su viuda Encarnación Fernández se hace cargo del negocio.
Conviviendo con otros cafés de tertulias, el Gijón durante un tiempo perdió su importancia, pero poco a poco fue remontando.
Antes de la guerra civil tuvo un cliente de excepción en su terraza, Federico García Lorca y otro de sus tertulianos que le acompañaba fue Ignacio Sánchez Mejías.
García Lorca le dedicaría una obra poética al torero y escritor Sánchez Mejías tras su muerte en el ruedo. 
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie.
No.
Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
( A pesar del canto a la amistad, de belleza evocadora y moribunda, a pesar de que Lorca tiene el poder de despertar las emociones más recónditas que me conviven, siempre. Detesto la tauromaquia hasta el tuétano, he de escribirlo, me siento incapaz de hallar belleza y arte en la tortura y muerte de los toros, en esa fiesta morbosa en la cual además un hombre, expone su vida para la diversión del público.
Es para mí un espectáculo decadente, bochornoso y criminal.)
Ignacio Sanchez Mejías incluso ejerció de mecenas y debido a su iniciativa reunió en un encuentro celebrado en 1927, para conmemorar el trescientos aniversario de la muerte de Góngora, a los poetas que formarían lo que denominaron: La generación del 27.
Lorca, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda.
Generación a la que así mismo se agregarían poetas y autores como Manuel Altolaguirre, Rosa Chacel, Miguel Mihura, Concha Méndez, Max Aub, Miguel Hernández, etc.
Estalla la guerra civil española, el Gijón abría sus puertas para ofrecer exiguos almuerzos y es visitado por milicianos ya que Madrid toma el bando republicano.
Finaliza la guerra, el café ofrece sus comandas a los vencedores del ejercito nacional.
La posguerra fue un periodo desbastado, tristísimo, el café Gijón presentaba la misma atmósfera.
Los escasos tertulianos que se acercaban demandaban bicarbonato o agua y algunos de ellos solicitaban las consumiciones a cuenta.
Por entonces trabaja en el interior del café un cerillero, un vendedor de tabaco que solía prestar dinero a los pobres tertulianos del Gijón.
Su nombre era Alfonso González Pintor.
En su recuerdo, en el interior hay una placa en la pared de madera.
Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista.
Sus amigos del Café Gijón.
Algunos de sus pensamientos se leían en la pared del Gijón.
Para mandar no hay que decir lo que se piensa, si no lo que conviene.
Las puertas sólo se hacen para cerrarlas.
La amabilidad es un engaño.
Yo respeto la pura verdad.
Ser pobre es una virtud, porque ningún rico quiere ser pobre.
La envidia es un malquerer.
El día que se acostó Dios, me levanté yo.
Tengo una razón para morir: haber nacido.
La mayoría de los antiguos cafés de tertulias desaparecieron y esa fue la causa del traslado de poetas y autores al Gijón.
Comenzó a verse en el C. Gijón a Eugenio d´Ors, Jardiel Poncela, Rafael Romero, Jose García Nieto, Camilo José Cela, Salvador Pérez Valiente, etc.
Una gran mayoría de intelectuales estaban en el exilio.
Gerardo Diego creo en el Gijón, de tres a siete de la tarde, una nueva tertulia de poetas.
En 1942 su dueña cede la administración a su hija Joaquina y ésta reforma de nuevo el café.
En esta ocasión la reforma la realizará el arquitecto Carlos Arniches Moltó, hijo del comediógrafo Carlos Arniches Barreda.
Siete años después un actor de cine y teatro, además de escritor, Fernando Fernán Gómez con el impulso de Gerardo Diego, Jardier Poncela y Cela crea un premio de novela corta, que sería conocido como: El premio corto de novela Café Gijón.
De la primera edición, Fernán Gómez corrió con los gastos, para que se dieran a conocer las generaciones de autores que se aglutinaban en las tertulias del legendario café.
El café asumió después esa iniciativa. Tomó el premio consistencia por la divulgación y calidad de sus autores, más que por su cuantía monetaria.
Al premio, no obstante, durante algunos años le faltaron patrocinadores y difusión hasta que 1989 fue asumido por el ayuntamiento de Gijón.
También en esos años se tomaron un café o un piscolabis en la terraza, Ava Gadner, Orson Welles y su amigo Joseph Cotten, George Sanders, Ernest Hemingway o Truman Capote.
Francisco Iza acometió la tercera reforma del café en 1963.
Ya en la democracia el Gran Café Gijón siguió llenándose de nuevos clientes y aficionados a charlar de la vida, la muerte, el amor y las artes.
Otra nueva musa llamada Sandra apareció como tertuliana y un hombre con bufanda altivo y desolado llamado Francisco Umbral; tertuliano y escritor, publicaría en el 1972: “La noche que llegué al café Gijón”
Un fragmento de esta obra dedicado a Gerardo Diego:
“A Gerardo le había visto yo un par de veces en provincias, dando conferencias al piano.
Para mí estaba vigente el Gerardo del surrealismo, el vanguardismo, el creacionismo, el ultraísmo, el gerardismo.
Toda aquella poesía fresca, sorprendente, deshilada, que tenía un poco del sol parisino y cosmopolita de Apollinaire y un poco del sol madrileño y pequeñoburgués de Ramón Gómez de la Serna.
Un día de mi santo me había comprado yo a mí mismo, en soledad, me había regalado una antología de Gerardo Diego.
Gerardo tenía algo de pobre de pedir soso, que no pide nada, una sequedad de santo de sacristía, desmentida por la pelambrera interior que le salía por las orejas y un poco por la nariz, como la abundancia de versos -versos para los conversos y para los reversos- que habían llenado varias épocas de la vida española.
A Gerardo le veía yo y le veo un poco como el surrealista dominical que puede llevar a casa, con el paquetito de la pastelería, un puñado de imágenes enceguecedoras, un ramo de palabras festivas, fluviales y enamoradas.
En la tertulia se estaba quieto, clerical y profesor, fraile de paisano, catedrático de rezos laicos, con las piernas muy juntas y las manos también juntas, y a veces el mar de Santander le pasaba por los ojos, pero Gerardo incurría en parpadeo y el mar se le volaba.”
Umbral no fue el único escritor que rindió homenaje a la vida bohemia del café, otros los hicieron en su centenario, como José Barcenas Pontones en su obra: "Escritor, con bandeja en el café Gijón"
Las celebraciones por este centenario se sucedieron dentro y fuera del Gijón.
También por el café Gijón de tertulias más bien misóginas se vio a Emma Cohen, Mónica Randall, Ana María Matute, Elvira Daudet, María Antonia Dansy o Maruja Mounzas.
En 1998 un empresario Gregorio Escamilla Saceda compró el café Gijón, que añadió a la terraza otro pequeño comedor cubierto.
Imposible sería resumir toda la vida que ha albergado este café con nombre de mi tierra, su multitud de anécdotas.
Hay van algunas: Un coche con chofer aparecía todos los días delante del Gijón. Del coche salía un señor que entraba en café, saludaba a todo el personal y se dirigía a los lavabos, después salía sin consumir y volvía a saludar. Intrigado el encargado, le pregunta por esta extraña costumbre a lo que él responde: "Es que si no orino en el Gijón, yo es que no orino”.
Otro señor muy mayor entraba todos los días, echaba un vistazo y se iba sin consumir nada.
Intrigados los camareros le preguntaron: Es que hace cuarenta años quedé aquí con un amigo y entró a ver si ha acudido, dijo.
Hace un día soleado de octubre de 2014, sentada al aire de la terraza, un camarero vestido de blanco y negro con botones dorados me trae mi bocado.
Aparecen por el suelo de la terraza del Gijón, una tertulia de gorriones;
hoy habrá pan para todos.