Ars longa, vita brevis

domingo, 6 de abril de 2014

El dibujo de la nostalgia


Aquel octubre en Aix- de Provence aún mantenía el calor del verano.
Subo la colina del Camino de Lauves, tan larga que parece no tener fin.
Al fin ante el portón de entrada al taller de Paul Cézanne, justo cuando 
termino de subir, un cartel me dice que cierran a las cinco de la tarde, esa hora era, justa.
Maldigo los horarios franceses, que cierran demasiado pronto los portones, cuando he llegado demasiado tarde.
Frustrada después de tantos kilómetros y la subida a esta colina, sólo puedo ver las ramas de los árboles del taller de Cézanne. 
Prefiero la palabra taller a estudio, palabra demasiado elitista y muy alejada de la realidad de un pintor. 
Un artista trabaja en su taller, si con suerte tiene uno y si con suerte de alguna manera consigue descubrir y desarrollar ese llamémosle don, que lleva dentro. 
El taller alberga un oficio, que te ensucia de pintura, entre el aguarrás y el aceite durante tantos años de su vida.
Subir y bajar colinas se me antoja, una metáfora del vivir.
Malhumorada bajo la cuesta-colina y pienso a retazos e impresiones, sobre la vida de Cézanne,  este artista de expresión malhumorada, esquiva y profunda, tal como reflejó en sus autorretratos, como este del bombín.





 Me detengo un momento para mirar atrás e imagino al Cézanne anciano, subiendo la colina después de que un aguacero le sorprendiera en el campo, pintando como de costumbre.
Calado hasta los huesos  enfermó inmediatamente y aunque parecía que iba a recuperarse, murió unos días después. 
Me resulta una paradoja, que algo por lo que vivió, también accidentalmente, le mató.
Pintar fue para Cézanne su único sentido, nada pudo apartarlo de esa pasión, ni siquiera cuando la critica calificaban sus pinturas de inaceptables y grotescas. 
Ni tampoco cuando su amigo de infancia, el escritor Emil Zola, se inspirará en él para retratarle en su novela: La Obra,  como Claude Lantier, un artista fracasado, frustrado y trágico.

Para P. Cézanne, esta novela fue, una traición inaceptable de su amigo Zola, y rompió toda relación con el escritor y nunca volvieron a verse. 
La segunda foto es el retrato de Emil Zola, cuyo autor fue Edouard Manet.
Emil Zola sentado ante su escritorio, presumiblemente con uno de sus libros, más papeles y libros, una pluma y una pipa, con una postura en que los tres cuartos dejan ver un rostro 
sereno y con la mirada lejana, donde queda claro, que el personaje es un hombre de letras.
Si examinamos el fondo del cuadro, vemos varios grabados japoneses.
 Edouard Manet será considerado el precursor de un movimiento, y Cézanne uno sus miembros,  al que darían el nombre de impresionismo.
La obra de Manet  pre-impresionista y todo ese movimiento posterior, estuvo muy influenciado por el arte japonés. Y es por eso el motivo, de esas láminas de maestros japoneses, pero además hay otro par de reproducciones: La Olimpia cuadro del mismo Manet, y Los Borrachos de Velázquez.
Manet al contemplar las obras de Velázquez, en el museo del Prado, sintió tal impacto, que a partir de entonces, toda su pintura se vio totalmente influenciada, por el maestro sevillano del barroco español. Su pincelada en síntesis, la descomposición del color, la forma de componer el espacio, inspiraron a Manet pero también a Paul Cézanne, que así mismo conocía el museo del Prado y la obra de Diego Velázquez.
Velázquez sin pretenderlo daría comienzo o sería el iniciador del impresionismo.

Paul Cézanne siempre trabajó en un aislamiento total, más aún cuando recibió la herencia de su padre, con lo que ya no tuvo que preocuparse de pintar para ganar dinero, ni complacer a nadie. 
 A pesar de esto se sentía inseguro de su forma de revolucionaria de pintar, ciertos ataques, todavía le indujeron a recluirse más y sólo participó en alguna exposición de los impresionistas, inducido por uno de sus amigos, el considerado padre de todos ellos, por su bondad, y la ayuda que prestaba a todos, Camille Pisarro.
Pese a todos los estigmas de fracasado y grotesco, Paul Cézanne continuo trabajando en su taller y en el campo.
En sus últimos años, sus obras comenzaron apreciarse incluso más allá del impresionismo. Y con el tiempo, la historia del arte le considera, como el padre de la pintura moderna.

En una carta un mes antes de muerte, a su joven amigo, el pintor Emil Bernard,  cartas en las que dan el único testimonio de los métodos y teorías de Cézanne.
Le escribió lo siguiente: Tratad a la naturaleza según la esfera, el cilindro y el cubo, todo en correcta perspectiva. 
Tenía razón, todo lo que vemos, mantiene una forma básica,  que al observarla sin detalles e incluso en perspectiva, es un cubo, una esfera o un cilindro. 
Y de esta forma así mismo, aplicaba el color y por tanto fue precursor del
 cubismo.
Al final de la bajada de esta colina, me vuelvo para mirar su perspectiva, se despliega el paisaje de la Provenza, en Aix. 
Con mis ojos que son dos círculos, siento nostalgia, porque no sé si volveré alguna vez a la Provenza.
Me pregunto si la nostalgia es circular. 
Y la mía, dibuja que sí.